Por lo general, es una frase que dice un padre o una madre desde un rol protector y cuidando de sus hijos, buscando que haya armonía en la empresa y sobre todo en la familia. ¿A quién le gusta ver a sus hijos pelear? En los 10 años que he tenido la oportunidad de trabajar con familias empresarias, no he conocido algún padre o madre que responda esa pregunta de manera afirmativa.
Usualmente cuando el fundador interviene en un conflicto, los hijos sienten que se ha dicho “la ultima palabra” y surge una calma aparente. Es como si se cogieran puntos en una herida que requiere de una cirugía o se percibiera una calma aparente antes del huracán. Me refiero a que el conflicto de fondo realmente no se habla. El fundador por lo general logra que el conflicto cese en su superficie, sin embargo la problemática de fondo permanece.
El problema es que cuando el fundador falta, sus hijos no tienen quien “les solucione” el conflicto. Seguramente el fundador tuvo la mejor intención buscando armonía y bienestar para la familia; pero ahora que no está, sus hijos se quedan atrapados en un espiral de conflicto sin ayuda ni herramientas para su resolución. No han recibido el “entrenamiento” para afrontar estas situaciones.
Pienso que es fundamental que los miembros de la familia (y todos nosotros) aprendamos a tener conversaciones difíciles, incomodas, aceptemos que el conflicto se va a presentar y por lo tanto, tengamos herramientas que nos permitan gestionarlo y sobre todo, no temerle. Aprendamos a tener conflictos constructivos en el que el adversario no es mi hermano, sino el problema que vamos a intentar resolver de la mano.
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